viernes, 14 de diciembre de 2012

Una ola, un mundo


26 de diciembre de 2004. Todos los telediarios y programas del mundo emiten un comunicado de última hora: el sureste Asiático es azotado por un terremoto de 9.5 en la escala de Richter (el segundo más grande hasta ahora conocido) creando un tsunami devastador a lo largo de las costas del Océano Indico.
            Todos los ojos del mundo se posan en ese rincón geográfico. Las imágenes que llegan a nuestras pantallas son aterradoras: olas gigantes que se tragan y destruyen todo lo que encuentran a su paso, gente que tras haber sobrevivido a estas hace acopio de sus fuerzas para subir a un lugar más alto, niños que lloran porque no encuentran a sus padres entre todo ese caos…
            El dolor se transmite a través de estas imágenes y llegan a nosotros. El dolor rompe todas las barreras y llega a todos los rincones del mundo, ya sea por empatía, por haberlo sufrido o por haber perdido en este desastre a un ser querido en un instante.
            Sin embargo, el dolor no es el único que rompe barreras. De inmediato, el mundo entero se pone en marcha. Todos tienen algo que hacer; toda contribución es grande. Lo único que se pretende ahora es devolver un soplo de esperanza al país.
            Y es la esperanza la que mueve tanto a chinos como a estadounidenses, sudamericanos, suecos… Todos ellos unidos por un bien común.

Nerea Aranda  2.A
 
            Y es que el dolor es universal, pero también lo es la esperanza, y esta no entiende de religiones, culturas ni razas.

Nerea Aranda

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